La percepción de inseguridad en Chile: ¿cómo afecta a las comunidades residenciales?

En los últimos años, Chile ha enfrentado un fenómeno que, aunque no siempre se traduce en cifras exactas, tiene consecuencias concretas en la vida cotidiana: el aumento sostenido en la percepción de inseguridad.

Ya no se trata solo de delitos violentos, sino de una creciente sensación de vulnerabilidad que afecta desde barrios históricos hasta condominios cerrados. Esta percepción cambia la forma en que nos movemos, interactuamos e incluso vivimos dentro de nuestras propias comunidades.

¿Qué consecuencias tiene este fenómeno en la convivencia y gestión de edificios y condominios? ¿Y cómo se puede enfrentar sin caer en la paranoia?


Qué dicen los datos: inseguridad percibida vs. inseguridad real

Según datos de la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC), más del 90% de las personas considera que la delincuencia ha aumentado en el país, aunque muchas de ellas no han sido víctimas directas de delitos.

Esto revela una paradoja: el miedo supera a los hechos, y aún así, condiciona nuestras decisiones diarias. Las comunidades residenciales, que tradicionalmente se consideraban entornos protegidos, ya no escapan a esa tensión social.


El impacto directo en las comunidades

La percepción de inseguridad genera cambios en la vida comunitaria que van mucho más allá de lo emocional:

1. Más restricciones, menos confianza

  • Se limita el ingreso de visitas no anunciadas.
  • Se desconfía de personal de servicio externo.
  • Aumentan los conflictos entre residentes por temas como vigilancia o uso de espacios comunes.

2. Aumento de gastos en medidas de seguridad

  • Muchas comunidades destinan mayores presupuestos a vigilancia, cámaras o rejas.
  • Se multiplican los comités de seguridad o chats vecinales, pero sin coordinación real.

3. Presión sobre el personal de seguridad

  • Los guardias se enfrentan a exigencias cada vez mayores sin contar con herramientas adecuadas.
  • Se les responsabiliza de todo lo que ocurre, aunque trabajen con registros en papel o llamadas improvisadas.


¿Qué puede hacer una comunidad para enfrentar este problema?

Lo primero es reconocer que la percepción de inseguridad es un problema real, aunque no siempre esté vinculado a hechos delictuales.

Por eso, la solución no pasa solo por más seguridad visible, sino por:

  • Establecer protocolos claros y compartidos para el ingreso de personas.
  • Contar con un sistema de trazabilidad y validación que evite el caos en portería.
  • Generar herramientas que brinden confianza real, más allá de la vigilancia reactiva.


Una alternativa concreta: control de acceso inteligente

En este contexto, soluciones como Owlkee ofrecen una manera práctica de recuperar el control y la tranquilidad:

  • Permite que cada residente autorice anticipadamente a sus visitas, con códigos únicos.
  • El guardia valida, pero no decide: simplemente ejecuta el protocolo.
  • Cada ingreso queda registrado digitalmente, sin depender de papeles ni memoria.
  • La comunidad puede confiar en un sistema que aporta orden, trazabilidad y transparencia, sin recurrir a medidas invasivas ni desproporcionadas.


Conclusión

La inseguridad —real o percibida— afecta la forma en que vivimos. Y si bien no todas las comunidades pueden evitar los riesgos externos, sí pueden tomar control sobre lo que pasa dentro de sus espacios compartidos.

La clave no es solo tener cámaras o guardias, sino establecer procesos que respalden la confianza de todos.

Porque cuando la seguridad se convierte en parte del día a día —y no solo en una reacción al miedo—, las comunidades vuelven a ser lugares donde sí queremos vivir.

Accesos seguros, sin adivinar.

Owlkee elimina la dependencia de que los guardias o conserjes deban reconocer a cada residente o validar visitas mediante procesos manuales y propensos a errores.

Digitaliza el control de accesos, mejora la trazabilidad y asegura que cada ingreso esté efectivamente autorizado, sin necesidad de instalar ni depender de hardware adicional.